Regresamos al atardecer, junto a otros allegados que se iban
incorporando al velatorio. Al entrar vi a Maribarbola, sentada en el estrado,
con los ojos abrasados de llorar.
Para entonces habían enlutado la sala y vestido al difunto con el
atuendo de la Orden de Santiago, como habitual entre los pertenecientes a ella
(…).
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